“¿Qué debo hacer para ser salvo?
¿Salvo de qué? De Qué deseas ser salvo? Del infierno? Eso no prueba nada. Nadie
quiere ir allá. El asunto entre Dios y el hombre es EL PECADO. ¿Quieres ser
salvo de ésto?
¿Qué es el pecado? El pecado es
una especie de rebelión en contra de Dios. Es auto-complacencia; es ignorar los
reclamos de Dios, y ser indiferente por completo al hecho de que nuestra
conducta puede agradar o desagradar a Dios.
Antes que Dios salve a un hombre,
Él lo convence de su pecaminosidad. No quiero decir con esto que él diga como
muchos dicen, -Si, todos somos pecadores, ya lo sabemos.- Más bien, quiero
decir que el Espíritu Santo me hace sentir en el corazón que he estado toda mi
vida en rebelión contra Dios, y que mis pecados son tantos, tan grandes, tan
negros, que temo haber transgredido fuera del alcance de la misericordia
divina.
¿Has tenido esta experiencia
alguna vez? ¿Te has sentido totalmente indigno para el cielo y alejado de la
presencia de un Dios Santo? ¿Percibes que en tí hay nada bueno, ni nada bueno
acreditado a tu cuenta; y que siempre has amado las cosas que Dios odia y
odiado las cosas que Dios ama?
¿Al pensar en estas cosas no se
te ha quebrantado el corazón ante Dios? ¿No te lamentas tu por haber hecho mal
uso de Sus misericordias, de Sus bendiciones, por haber abusado del Día del
Señor, por haber desechado Su Palabra, y por no haberle dado un verdadero lugar
en tus pensamientos, en tus afecciones y en tu vida? Si no has visto ni sentido
esto personalmente, entonces actualmente no hay esperanza para tí, pues Dios
dice, “Antes si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente” (Lucas
13:3). Y si mueres en tu condición actual, estarás perdido para siempre.
Pero si has llegado al lugar
donde el pecado es tu mayor plaga, donde ofender a Dios es tu mayor pesar, y
donde tu mayor anhelo es agradarle y honrarlo a Él; entonces tienes esperanza.
“Porque el Hijo del Hombre vino á buscar y á salvar lo que se había perdido”
(Lucas 19:10). Él te salvará, si estás listo y dispuesto a abandonar las armas
de tu rebelión en contra de Él, te inclinas a Su Señorío, y te rindes a Su
control.
Su sangre puede limpiar la mancha
más obscura. Su gracia puede sostener al más débil. Su poder puede librar al
que sufre con pruebas y tentaciones. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he
aquí ahora el día de salud” (2 Co.6:2). Cede ante los reclamos de Dios.
Dale el trono de tu corazón.
Confía en Su muerte expiatoria. Amalo con toda tu alma. Obedécelo con todas tus
fuerzas, y Él te guiará al cielo. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo
tu, y tu hogar” (Hechos 16:31).
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